Me ha parecido muy útil para padres y madres preocupados por los miedos que van experimentando sus hijos/as estas orientaciones que da Enrique García Huete en su libro Aprender a pensar bien. Así que os la dejo por aquí para que podáis reflexionar sobre ello.
"El miedo es una respuesta normal adaptativa ante un peligro. (...). Existen miedos que no nos sirven para conseguir un mayor equilibrio o que nos impiden alcanzar nuestros objetivos. Los miedos exagerados los llamaremos fobias. El miedo extremo puede paralizar. El no tener “ningún miedo” ante una situación peligrosa puede por el contrario, disminuir la atención, ser menos precavidos, no anticipar consecuencias o dejar de actuar preventivamente.
Existe siempre un grado de activación óptimo que permite afrontar riesgos. Hay personas que buscan voluntariamente situaciones de riesgo controlado, por la emoción de “sentir” ese miedo en el organismo como en deportes, de riesgo...(es una característica típica en la adolescencia). (...)Existen miedos a los que estamos preparados genéticamente. Están presentes dentro de nuestro desarrollo. Alguno de ellos se eliminan con la madurez y otros se van discriminando, concretando, para dentro de la evolución conseguir mejores niveles de adaptación.
En los niños y niñas, los estímulos novedosos pueden producir temores, así como los extraños, los movimientos bruscos, inesperados. Los ruidos desconocidos, la separación momentánea de los padres, la obscuridad, los personajes fantásticos desconocidos, ... estos miedos se irán matizando a lo largo del desarrollo a través de la experiencia, el aprendizaje a través de los cuentos...
Los miedos también se transmiten en la educación. Hay situaciones de peligro de nuestra civilización actual que no pueden estar previstas genéticamente, por lo tanto el aprendizaje, tiene que ofrecer la oportunidad de conocer esos peligros para poder convivir con ellos. (...)
La oscuridad es un miedo que se va controlando, de forma que mi habitación a oscuras a la hora de dormir, no tiene que suponer ningún riesgo mientras que si me quedo a oscuras en un edificio que no conozco será útil que tome precauciones para no tener un accidente.
Los padres, la familia, son transmisores de miedos. Hay muchos miedos que se aprenden por observación e imitación. Un fuerte trueno, hará que se produzca una respuesta de orientación. Si además es inesperado, puede producir un susto en las mayoría de la gente pero dependiendo de la valoración que se de a esta situación generaremos diferentes emociones y transmitiremos esas sensaciones:
“qué horror!, ¡no soporto los truenos!, ¡me dan miedo!... Además si chillo o me escondo, aumento la intensidad de lo que trasmito y pueden llegar a ser imitadas por los niños.
Por el contrario ante una tormenta, si lo que se transmite es ¡Mira qué tormenta!, ¡Las fuerzas de la naturaleza en acción, mira qué rayo tan estupendo! ¡Buen trueno!..., estaremos transmitiendo al niño un sensación de seguridad y disfrute de la tormenta. Ojo, esto en una situación protegida. Si nos encontramos en un claro en el campo, en un sitio elevado, llevamos metal encima y están cayendo rayos o en el cauce de un río seco y llueve torrencialmente, o pescando con una caña larga,..., aunque mi opinión sobre las tormentas sea positiva, será mejor que “Tenga un poco de miedo” por las circunstancias que rodea a esta tormenta y busque refugio o evite el peligro.
Existen miedos sociales, transmitidos por la cultura. El miedo a personas desconocidas, de otras etnias, con otro color de piel o de otra clase social, puede haber tenido fundamentos adaptativos tribales. Actualmente por desgracia para el desarrollo de la humanidad, existen miedos en algunos países con respecto a otras personas diferentes en creencias, color de la piel, religión o cultura. Estos miedos tienen origen en enfrentamientos reales, pero también los miedos favorecen los enfrentamientos.
Muchos miedos tienen como base la falta de información o conocimientos sesgados, incompletos o erróneos.
Cuando somos conscientes de miedos personales irracionales, es conveniente, de cara a nuestros hijos, que al mismo tiempo que expreso mi temor les ofrezcamos la idea de que son exagerados, y que no son cosas peligrosas en sí, si no que “yo tengo dificultad para controlarlo” (miedo a determinados bichos inocuos, a las tormentas leves,...).
El concepto de “tener miedo” es importante ir desarrollándolo como algo “normal” que le ocurre a todo el mundo. En un intento de preparar a los niños a afrontar situaciones ansiógenas.
Existen pautas, al igual que en la expresión de sentimientos negativos, muy marcadas por las diferencias de género, a los niños ante la expresión de temores se les dice: “no tengas miedo, un hombre no tiene miedo”, “¡échale narices!”... si el miedo se mantiene, castigamos diciendo “miedica, cobarde, pareces una niña...”. Las diferencias debidas al género, que se establecen desde temprana edad, pueden hacer que los niños tengan sentimientos de vergüenza o culpa ante las sensaciones que provocan el miedo, y las niñas, se verán sin pautas para enfrentarse a sus miedos si son considerados “propios de niñas”, se toleran sin alternativas. “Bueno, no te asustes, mamá o papá están aquí para protegerte, no pasa nada...”.
Podemos hablarles del miedo como una sensación que nos indica peligro, como tal sensación, aunque desagradable, es “buena” en el sentido que nos advierte de los peligros. Si esta sensación es exagerada, es aconsejable acompañar o enseñar a afrontar el peligro. No pedir nunca que se hagan cosas más allá de sus capacidades, podemos reforzar el miedo y que se mantenga con más intensidad en el futuro.
Ante un perro que sabemos no es peligroso, más que azuzar al niño a que lo toque, acercarnos nosotros, tocarlo, mostrarle cómo se hace y que observe las consecuencias, animarle a tocarlo y si no quiere, no pasa nada, habrá otra ocasión, podemos ir comentando nuestra acción para generar pautas de comportamiento. “Mira, puedo acariciarlo, está contento, le gusta, mueve el rabo, le toco suave, le acaricio y le gusta...”. Cuando el niño va venciendo sus miedos es adecuado valorar su esfuerzo y avisar de consecuencias agradables.
Podemos también prepararnos para situaciones que van a ser desagradables o dolorosas como intervenciones quirúrgicas. Un ejemplo muy utilizado y comprensible: Una persona va a ser operada de apendicitis, nunca antes se ha sometido a una intervención con anestesia total y tiene miedo.(...) Para enseñar a manejarse en los temores, es conveniente avisar de los procesos de forma objetiva. Veamos otro posible diálogo y comparemos: " Esta operación realmente es algo banal y no existe peligro. Los análisis y exploraciones que hemos hecho nos dicen que tu organismo está bien, no hay problemas respiratorios, tu corazón funciona a las mil maravillas, y la anestesia no tiene porqué afectarte. En tres días estarás en tu casa y luego volverás a quitarte los puntos". "Quiero avisarte que al despertar de la anestesia algunas personas tienen sensación de mareo o a veces puede haber algún pequeño vómito, lo que la gente dice de " echar la anestesia" eso es completamente normal. También puedes notar un cierto dolor en la cicatriz, si te molesta te daremos un analgésico, pero todo esto pasará al poco tiempo".Cuando la persona despierta de la anestesia, si nota esos síntomas, al estar ya avisado, lo considerará como "normal". Se sentirá molesto pero no angustiado."
En resumen, pautas generales :
No se debe forzar para que se enfrente a su miedo de forma directa pensando que así se le pasará.
Es preferible que se enseñe a afrontar el miedo o la situación que provoca ese miedo de forma progresiva. Anteriormente, ha aparecido el ejemplo del perro. Otro ejemplo ilustrativo puede ser el miedo a la oscuridad. En lugar de obligar a dormir con la luz apagada, lo cual puede incrementar su ansiedad, podemos ir reduciendo la iluminación poco a poco.
Es aconsejable transmitirles tranquilidad y reconfortarles con nuestro cariño, besos y abrazos para calmarles.
Durante la infancia muchos miedos son fantasiosos( temores a seres sobrenaturales) pero a medida que crecen van remitiendo.
Los miedos van cambiando conforme van creciendo: surge el miedo a la separación de los padres y madres, a no ser aceptados, a los exámenes, etc.
Muchos miedos se aprenden por observación e imitación por lo que es importante que los adultos aprendan a gestionar sus propios miedos.
Si el miedo o los temores son excesivos o se prolongan pueden afectar al rendimiento escolar o a la socialización del niño/a así como favorecer la aparición de otros trastornos por lo que es aconsejable acudir a un profesional.